Literatura Cronopio

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JULIÁN SILVA: QUE ME LLEVE EL DIABLO SI ME VOY DE LA LUNA

Por Revista Cronopio.

«Que me lleve el diablo si me voy de la luna» es el más reciente libro de relatos del escritor colombiano Julián Silva Puentes. Este libro recoge de manera ficcionada muchas de las experiencias reales que ha tenido como viajero alrededor del continente asiático y de Australia.

«Julián Silva nació en San Gil, Santander, en 1980. Estudió derecho en la ciudad de Bucaramanga, Colombia. Viajó por Sudamérica, Australia y el Sudeste Asiático, haciendo toda clase de trabajos para sobrevivir. Influenciado por Jack Kerouac, Henry Miller y Louis Ferdinad Céline, publicó su primera novela, Pirotecnia Pop, con la editorial ZENÚ (2011). […] Que me lleve el Diablo si me voy de la luna, es una compilación de artículos y relatos publicados tanto por la editorial ZENÚ como por la revista Dossier, acerca de algunos de los viajes que el autor realizó desde el año 2014 hasta finales de 2016 en Australia y el Sudeste Asiático». (Tomado de la portada del libro).

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Revista Cronopio: Al leer su libro Que me lleve el Diablo si me voy de la luna salta a la vista que siendo los relatos muy realistas el título sea tan surrealista. ¿Por qué esto? ¿Qué significa el título del libro?

Julián Silva: Hablando con Andrés Hoyos, fundador del Malpensante, me criticó el hecho de no llamar a las cosas por su nombre, como por ejemplo el país en el cual viví y en donde escribí los relatos que hacen parte del libro, es decir Australia. Le respondí que para mí Australia se encuentra tan lejos que es como si estuviera en la luna, por eso a Australia en los relatos la llamo «la luna» y a Colombia la llamo «la tierra». Cuando comencé a escribir estos cuentos yo no quería hacer lo que muchos hacen de unos años para acá, me refiero a los blogueros de viajes y demás personas que atiborran las redes sociales con fotos de sí mismos comiendo en la plaza de mercado de Bagan o bronceándose en las playas de Hoy An, hablando siempre de «energías» o de ser «ciudadanos del mundo» junto con un poema de Allen Gingsberg… No digo que tenga algo de malo viajar y tomar fotografías, pero me parece que a mucha gente hoy en día le daría pereza aventurarse por el mundo si no pudieran mostrar la evidencia en Instagram. Esa cultura frívola y fatua del «YO» que atiborra las redes sociales le quita la santidad a la experiencia de viajar para encontrarle sentido a esta vida, o al menos para saber de qué estamos hechos al enfrentarnos a culturas totalmente diferentes a la nuestra. De manera que intenté alejarme de todo eso y escribí relatos de aventuras, pero de aventuras reales, no extraordinarias. Por ejemplo, nunca conduje una moto por Australia, como hizo el Ché Guevara en Sudamérica. Tampoco he presenciado una gran guerra. Yo sólo me fui a un país a estudiar y a sobrevivir, como hace mucha gente. Yo quería hacer algo distinto a lo que dicen estas personas que se autodenominan mochileros, que se van a viajar sólo para decir que tienen con qué viajar. Para diferenciarme de esa gente me dediqué a plasmar mi visión del mundo que estaba conociendo: relatos extraordinarios de mi vida ordinaria. Para mí, mi vida es la aventura más grande que jamás alguien haya experimentado.

Ahora bien, cuando avisé en mi casa de mi viaje, me dijeron que estaba demasiado viejo como para ponerme a hacer lo que hacen los universitarios de 23 años. En cierta medida tenían razón, pero hasta cierto punto; me refiero a que tenía 34 años y ni un centavo ahorrado, de manera que nada me retenía en Colombia, entonces no había razón para quedarme y sí muchas para lanzarme al mundo hacer lo que siempre quise: tener una vida de acción y escribirlo todo para que existiera para siempre.

Sin embargo no pensaba quedarme para siempre en AU. Así que me devolví a Colombia, otra vez sin dinero, pero con la esperanza de ir a Europa. Entonces llegué, casi con 37 años, sin dinero y sin prospectos. Pero a diferencia de Henry Miller en Trópico de Cáncer (no tengo dinero, futuro, ni prospectos, soy el hombre más feliz del mundo), me sentía absolutamente desdichado, pues no había cumplido la totalidad de mi sueño. Para entonces ya había publicado algunos cuentos con la editorial ZENU y la revista Dossier de Colombia, así que le propuse a ZENU que los reuniéramos en un libro y eso fue lo que hicimos.

Ahora, regresando a su pregunta del principio: ¿a qué se debe el título del libro? En cuanto puse pie en Colombia, me arrepentí en cuerpo y alma y no dejé de preguntarme: ¿por qué me devolví de Australia? Qué error tan grande el que cometí. Acá en Colombia las oportunidades son escasas, etc. Por eso me dije «que el diablo me lleve por haberme regresado de Australia», es decir «la Luna» que es como la llamaba en los cuentos. Y de ahí salió el título: Que me lleve el diablo si me voy de la Luna.

R.C.: ¿Por qué convirtió sus experiencias en una serie de relatos y crónicas?

J.S.: Son relatos de no ficción, salvo por los último tres, que fueron publicados por la revista El Malpensante y uno de ellos quedó de finalista en un concurso de cuento. Ahora, ¿cuál es la génesis de los relatos? Todo empezó con una revista llamada Artelibertino, en la cual era columnista desde 2009. Después de que la revista desapareció, continué escribiendo columnas de opinión en la página web de la editorial ZENU que nació de Artelibertino. Fue esa editorial la que publicó mi primer novela titulada Pirotecnia pop. En fin, desde 2009 adquirí la costumbre y gracias a esas columnas de opinión, tomé la costumbre de novelar todo lo que me pasaba, libros que leía, fracasos amorosos y lo mucho que me desagradaba mi profesión de abogado y cosas de ese talante. De manera que después de siente años de escribir estas columnas de opinión/relatos, pensé que sería buena idea compilar un libro con los mejores escritos. Y como dije antes: mi vida me parece muy interesante a pesar de no tener nada extraordinario para contar, salvo la manera única en la cual miro mis propias experiencias. Después viajé a Australia en 2014 y en cuando llegué tuve un mundo nuevo de cosas que contar (ya no sólo hablaba de Bucaramanga). Entonces se me abrió el mundo, como a los grandes aventureros de los que soy fanático. No dejé de escribir crónicas de viaje para editorial Zenú y para la editorial Dossier. Continué escribiendo para ellos hasta volver a Colombia, y luego ustedes empezaron a publicar mi propia columna.

Ahora: ¿por qué hice estas crónicas? Pues porque estaba viviendo cosas nuevas y tenía el hábito de escribir. Una de mis pasiones ha sido siempre la exploración. Llegas a un país, a una tierra, descubres nuevos ríos, nuevas personas, nuevas dificultades, nuevas rutas. Un poema de T. S. Eliot decía «nunca debemos dejar de explorar; sin embargo, al final de nuestras exploraciones debemos volver al lugar del cual partimos y verlo como si fuera la primera vez». Esa capacidad de asombrarse, esa energía de la aventura por lo desconocido fue siempre mi vicio: viajar y ver más allá de las montañas que rodean Bucaramanga y San Gil. Cuando estás frente al mar ves que el sol se oculta tras el horizonte. Yo quería saber qué sucedía más allá de donde me alcanzaban los ojos y los libros, que tampoco son suficientes para los aventureros y los escritores de verdad. Nuestra vida y nuestra existencia son el reflejo del mundo y de las experiencias; y yo quería eso. Es un testimonio de algo que fue difícil y emocionante, de lo que guardo en las almenas del recuerdo. Emula lo que leí de Jack London, Ferninad Céline, Henry Miller y especialmente de Jack Kerouac.

R.C.: ¿Por qué te decides a viajar?

J.S: No quería ser profesional, buscaba una excusa para renunciar a mi trabajo. Siempre existe el problema del dinero. Pero yo quería vivir una vida de aventuras. «Si quieres viajar tanto, me decían, trabaja y viajas a final de año». Pero me negué a eso, porque ese no sería yo. En 2011, con 500 mil pesos en el banco me aventuré por Ecuador y por Perú, con la excusa de presentar mi libro Pirotecnia pop en la feria de Lima, pero con la intención real de ver algo del mundo fuera de Colombia. Entonces lo hice y fue increíble: viajé casi sin dinero y debimos vender copias de mi libro en Lima para salir de allí, y en Montañitas Ecuador vendimos camisetas en la playa porque no teníamos dinero para regresar a casa. Al final del viaje estaba enfermo, cansado, pero feliz. El espíritu nuestro se condensa en las experiencias que vivimos, y cuando se tienen experiencias que se salen de los aborrecibles lugares comunes a los que nos aferramos, la recompensa lo persigue a uno toda la vida.

R.C.: ¿Qué lugares has recorrido en tus viajes? ¿Cuáles inspiraron la producción de tu libro o tienen que ver con este?

J.S.: Comienza con Ecuador y Perú, que fueron los primeros países que visité. Los menciono cuando en Melbourne me acuerdo del frío que sentí cuando llegué a Quito una madrugada muy fría de junio. En mi segundo invierno en Australia, en Melbourne que es la ciudad en donde viví, trabajé en las madrugadas haciendo aseo en las afueras de un estadio. Allá no cae nieve, pero la temperatura llega casi a los cero grados. Por más que me abrigara, el frío era terrible y eso me recordó a Quito. También menciono mi viaje al sudeste asiático, que hice en 2016, cuando estuve por Indoesia, Tailandia, Filipinas, Myanmar y Vietnam. Con respecto a ese viaje lo que usé para el libro fue uno de los cuentos titulados Manila 7 a.m. y Manila se llama la capital de Filipinas. Viajar en avión me da mucho miedo y justo de eso hablé en el primer relato que menciono. Otro cuento que tiene que ver con mi viaje a Asia es Manila se llama la capital de Filipinas. Allá estuve atascado un mes porque no me llegaba la visa para regresar a Australia y temía tener que devolverme para Colombia. No mencioné otras cosas que hice, como las comidas, los monumentos de Bagan o las cosas que hice como turista porque justo como mencioné antes, es algo que hacen los blogueros y los adictos al Instagram.

R.C.: ¿Existe relación entre este libro y su novela Una Casa cerca al sol?

J.S.: La novela Una casa cerca al Sol, de la cual soy autor, no ha sido publicada aún. De hecho estoy buscando editorial para ello, sin embargo uno de los capítulos del libro titulado Mi alma por una confesión, fue publicado en el Malpensante como cuento el año pasado. El relato cuenta la historia de un adolescente (el protagonista de la novela) que se siente atrapado en su pueblo y en su casa. Tanto en la novela como en el relato, reflejo ese deseo que siempre tuve de salir a explorar el mundo, ver qué hay en otros países, más allá de las montañas, de donde se pierde la mirada de los hombres y mujeres del mundo. Ese sentimiento se trasluce en la novela y en todos los relatos de Que me lleve el diablo si me voy de la luna.

R.C.: ¿Desde cuándo tienes el hábito de la lectura?

J.C.: Desde los once años, cuando leí mi primer libro sin dibujitos «las aventuras de Harris», sobre cuya lectura hice un relato para ustedes en Revista Cronopio y que hace parte del libro de relatos. Siempre me gustaron los piratas y los vaqueros, Mis gustos han cambiado.

Ahora bien, cuando empecé a escribir en serio, a eso de los 22 años, le pedí a un profesor que me enseñara escribir. Él me dijo que «para escribir usted tiene que leer mucho y escribir mucho». Los mejores maestros son los libros.

R.C.: ¿Hacia dónde han virado tus gustos?

J.S.: No han variado mucho. A eso de los 20 o 25 años de edad, quise incursionar en los clásicos modernos (literatura rusa y francesa de la segunda mitad del s. XIX). Fui fanático de Dostioevski y de Zolá. Después, gracias a mis lecturas de la revista El Malpensante, conocí a escritores como Hunter S. Thopson y eso me impulsó a buscar lecturas más vanguardistas. Antes se eso todas mis lecturas se debían a la biblioteca de mi abuelo. En un principio tuve gran influencia de Zolá, pero la abandoné hacia los 26, cuando conocí a Andrés Caicedo. Él me mostró una perspectiva totalmente vitalista de la literatura. Para mí, Caicedo se encontraba en una búsqueda hacia lo desconocido de la mente, como Rimbaud. Paralelamente encontré a Hermann Hesse, quien fue un gran hombre espiritual. Basta con leerse a Siddharta e incluso a Demian quien es un niño en busca de su lugar en el mundo. Sin embargo, el libro que me abrió los ojos y me cambió la manera de ver la vida y de escribir fue En el camino, de Jack Kerouac. Ese libro desborda amor a la vida, a los viajes, a las experiencias. Me encontraba en un momento en el que me sentía abrumado, a pesar de tener mi primer trabajo como abogado; había mucho más de la vida a parte de la convención de estudiar y trabajar. En mi mente seguía siendo un adolescente. Al leer a Kerouac me dije que quería ser como él.

R.C.: ¿Cómo define su estilo?

J.S.: Creo a partir de la cadencia, de la emoción, de cierta simetría: «cada obra de arte es la musiquilla que tenemos todos en la cabeza». Son palabras de Céline, no mías, y creo que las dije distorsionadas. En todo caso, él decía que lo vital para la literatura es el ritmo. Mi composición se mueve por algo que viene netamente de mí, absolutamente instintivo.

R.C.: Alguna vez mencionaste que no tomas apuntes ni grabas en tus viajes. ¿Cómo haces entonces para manejar la retentiva?

J.S.: En eso le confieso que soy una persona poco práctica, carezco de lo que mi abuela llamaba «inteligencia para la vida». Tal vez por eso me retraigo tanto en mí mismo, por eso tengo una perspectiva que se la debo únicamente a mi experiencia personal con el mundo. Ahora bien, como carezco de esa practicidad, tengo una muy buena memoria emocional. Yo puedo recordar muy bien qué sentía, cómo era el clima, dónde estaba, en qué fecha. Llevo una libreta en la que voy escribiendo mi historia. Me siento a escribir en el momento que lo siento, o a veces me basta con poner una palabra para recordar luego.

Mi trabajo como abogado me interesa únicamente para pagar cuentas, ahí sí me toca ser sistemático.

R.C.: ¿El libro incluye relatos completamente ficticios?

J.S.: Al final de la obra hay tres cuentos de ficción. A pesar de que en ellos cuento experiencias que no he tenido, hay algo que está presente (tanto en la no ficción como en mi ficción), y es el carácter vitalista y de amor a la vida que plasmo en todos ellos. Sin libertad, sin temor de vivir este mundo, sin siquiera intentar salir a explorarlo es para mí el terror más grande de nuestras vidas.

R.C.: ¿Además de las experiencias, los personajes también son reales?

J.S.: Las experiencias y mis opiniones respecto al país en que me encuentro sí son totalmente míos. Los personajes también existen, pero las situaciones se parecen poco o nada. Lo que hago es modificar todo el contexto. La única excepción son dos personajes que son amigos reales míos y cuya personalidad y acciones no modifico. Nombres y apodos como Daniel, el Pope, Bruce, ellos sí son reales.

Todos los relatos son acerca de mi percepción del mundo. Por eso no describo nada de Melbourne o del sudeste asiático. No hablo de la arquitectura, la gente o la comida (eso lo dejo para los blogueros autoindulgentes). Las ciudades y las personas las veo como escenarios, pues todo lo relato sale desde mi yo interior, desde mi perspectiva del mundo.

Para mí la literatura es como una pintura de Jackson Pollock, de la cual puedes interpretar cualquier cosa.

Ahora quisiera decir algo de la portada del libro. Fue diseñada por Eliseo Rúa Rangel, un gran artista bogotano. Le dije: yo quiero una mezcla entre el arte de Pollock y de Basquiat. Pero quiero que sea algo que usted sienta y se le ocurra que se pueda interpretar de cualquier manera. Y así lo hizo, exactamente como se lo pedí.

Para mí, la literatura y cualquier otra manifestación artística es la oportunidad, tal vez la única en esta vida, que tenemos de ser libres. Al ejecutar nuestro arte podemos mostrarnos hermosos, fuertes, inteligentes y todas aquellas cosas de las que carecemos por culpa de nuestra mala fortuna o por falta de voluntad propia, sea como sea, la obra es algo que le pertenece al artista en un principio, su trabajo, para luego entregarla al mundo como si se tratara de un hijo bastardo tullido y estúpido presa del odio, la burla o la simple admiración de la gente.

REFERENCIA:

SILVA PUENTES, Julián. Que me lleve el Diablo si me voy de la Luna. Zenú. 2018. 108 p.

Pedidos al correo: mellevaeldiablo4@gmail.com

Ilustración de la carátula: Eliseo Rúa Rangel. www.instagram.com/sheoarteyvestuario

 

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