Sociedad Cronopio

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¿ME ESTÁS MINTIENDO?

Por Paola Castillo*

Mentir es un comportamiento universal y, generalmente, considerado poco moral. Pero, aún así, es más común de lo que nos gustaría admitir. Todos los seres humanos mentimos, ¡y mucho!

En 2006, Bond y DePaulo encontraron que los adultos mentimos entre dos o tres veces al día, y los niños mienten aproximadamente cada 90 minutos. Esto quiere decir que podemos ser «engañados» entre 10 a 200 veces al día dependiendo del número de personas con las que hemos tenido contacto durante el día. Varios estudios también han encontrado que generalmente le mentimos más a extraños que a personas conocidas, y cuando le decimos una «mentirita» a un extraño lo hacemos aproximadamente en los primeros 10 minutos de haberlo conocido (DePaulo et al., 1996). Pensemos en lo siguiente: ¿Cuándo fue la última vez que mentimos?, ¿hace diez minutos?, ¿hace un mes?; ¿cómo mentimos? ¿Por teléfono?, ¿Por e–mail?, ¿cara a cara?, ¿en Facebook?, ¿en nuestra hoja de vida?; ¿a quién le mentimos?, ¿a nuestra mamá o nuestro papá?, ¿a un colega?, ¿a un extraño?; ¿cuál fue el motivo de la mentira?, ¿mentimos para salir de un problema?, ¿para no ofender a alguien?, ¿para quedar mejor frente a los demás?, ¿O para evitar un castigo? …al responder todas estas preguntas queda muy claro que entre todos nosotros habría cientos de combinaciones diferentes de cuándo, cómo, por qué, y a quién le mentimos.

A pesar que mentimos con tanta frecuencia, mentir es una conducta bastante difícil de entender e investigar precisamente porque ocurre en muchos contextos, en varias modalidades, y por razones muy diferentes. Hay personas que les queda fácil mentir, no se sienten mal o incluso les gusta, y habitualmente se escapan fácilmente sin ser descubiertos. Otras personas se sienten mal al mentir, y apenas abren la boca se les nota que no están diciendo la verdad. Como resultado es muy difícil encontrar un patrón específico que nos ayude a identificar a un mentiroso con alta fiabilidad. Por otra parte, el problema de investigar las mentiras también está radicado en qué consideramos una «mentira». Según Masip, Garrido y Herrero (2004) mentir es el «intento deliberado, ya sea exitoso o no, de ocultar, fabricar o manipular información ya sea de manera factual y/o emocional, o por medio verbal o no verbal, con el fin de crear o mantener en otros, información que el comunicador considera falsa». En pocas palabras, mentir es el intento premeditado de engañar a alguien. La «intención» es la parte vital de esta definición, y es así como puede considerarse que una persona que provee información errónea no está mintiendo ya que no tiene la intención de transmitir esa información falsa.

Basados en esta definición, DePaulo et al. (2003) comentan que hay tres tipos de mentiras: las mentiras absolutas (o como ellos las llaman «outright lies»), que son aquellas en las cuáles toda la información comunicada es falsa; las mentiras sociales («social lies») que son las que usamos diariamente, que llamamos coloquialmente «mentiritas piadosas» y tienen como función mantener nuestras relaciones con otras personas, con nuestros colegas y familiares. Por ejemplo, si alguien cercano nos pregunta si se ve gordo/a, lo más probable es que digamos una «mentirita piadosa» para evitar hacerla sentir mal. Y el último tipo de mentira son las mentiras sutiles («subtle lies») que son cuando omitimos o evadimos detalles importantes. Afortunadamente, la mayoría de mentiras que usamos día a día son las mentiras sociales y las sutiles, y con mucha menor frecuencia las mentiras absolutas.

¿QUÉ TAN BUENOS DETECTORES DE MENTIRAS SOMOS?

Ahora, ¿será que porque estamos expuestos a tantas mentiras diariamente somos muy buenos detectores de mentiras? La respuesta corta es: no. Estudios de investigación han encontrado que generalmente somos bastante mediocres en detectar que alguien no está siendo sincero, y especialmente cuando es una persona que no conocemos bien (Vrij, 2008). Se ha reportado que, en promedio, podemos detectar mentiras correctamente solo un 54% de veces; eso es tan solo un poco mejor que si tiráramos una moneda al aire. Lo más interesante es que la capacidad de detectar mentiras correctamente no se incrementa ni con la edad, ni con un entrenamiento específico (Bond & DePaulo, 2006). De igual forma se ha encontrado que policías, detectives, o personas que trabajan en profesiones donde detectar mentiras es parte de su trabajo, son tan solo un poco mejor que el resto de nosotros, con un porcentaje de tan solo 64% (Ekman, Sullivan & Frank, 1999).

Una de las razones por las cuales somos malos identificando una mentira es porque tenemos la tendencia de pensar que todo lo que nos dicen es la verdad. En la literatura esta tendencia es conocida como un «truth bias» o un «prejuicio a la verdad» (Vrij, 2008). Y desde un punto de vista evolutivo, esta tendencia tiene bastante sentido, ya que pensar que todo el mundo nos está engañando nos haría poco felices. Además de tener un «prejuicio a la verdad» también tenemos la tendencia de enfocarnos en el contenido emocional. Por ejemplo, si alguien está llorando lágrimas de cocodrilo nos concentramos más en las lágrimas que en el contenido de la información que nos está dando. Lo cual conlleva a distraernos y a poner menos atención en el resto del lenguaje corporal de la persona y en el mensaje que estamos recibiendo. Igualmente somos malos detectores porque cuando estamos de «detectives» raramente recibimos feedback. En la mayoría de casos, es un poco difícil corroborar si la persona de hecho estaba siendo sincera o no, y así confrontemos a la persona, hay muy pocas oportunidades para saber con certeza si estábamos en lo correcto o no.

Otra variable que afecta nuestra habilidad de identificar un mentiroso es nuestro enfoque en el lenguaje corporal y verbal que no ha sido corroborado por la ciencia. Tenemos la tendencia a usar mitos y creencias que no están fielmente asociados con el arte de mentir. Por ejemplo, la mayoría de personas piensan que el mentiroso no nos mira fijamente, mira mucho para arriba como si estuviera pensando o fabricando una historia, tatarea mucho, y se ve y actúa nervioso(a). Estos mitos son compartidos universalmente (Global Deception Research Team, 2006) y son usualmente generados por manuales o series de televisión que nos dicen que un mentiroso es fácil de descubrir con tan solo mirarlo a la cara. La serie de televisión «Miénteme», por ejemplo, está basada en años de investigación por Paul Ekman que propone que los mentirosos tienden a usar «micro-expresiones» (o «micro-expressions») o movimientos en los músculos faciales que son difíciles de controlar y revelan las verdaderas emociones de las personas (Ekman & Friesen, 1974). Se dice que estos movimientos son tan involuntarios e inconscientes ¡que ni el mejor mentiroso del mundo los puede ocultar! Sin embargo, lo que muchos de nosotros no sabemos es que estas «micro-expresiones» son casi imposibles de percibir y requieren de herramientas específicas y entrenamiento para poder apreciar las diferencias diminutas en los movimientos de los músculos faciales. En un estudio reciente por Levine, Serota y Shulman (2010) interesantemente encontraron que la serie de televisión tuvo un impacto negativo en la habilidad de los participantes en detectar mentiras, quienes cometieron más errores y demostraron una tendencia más alta de clasificar verdades como mentiras (es decir un «lie bias» o «prejuicio hacia la mentira»).

¿EXISTE PINOCHO?

La mayoría de nosotros también piensa que los mentirosos son como Pinocho… ¡se les crece la nariz cuando mienten! pero la realidad es otra. Estudios empíricos en esta área han encontrado que no existe un patrón de comportamiento verbal y corporal específico que nos ayude a identificar a un mentiroso con alta fiabilidad. Por ejemplo, DePaulo et al. (2003) examinaron más de 120 estudios y concluyeron que la nariz de Pinocho realmente no existe, pero si hay varios cambios en el comportamiento que pueden ocurrir con más frecuencia cuando alguien nos está mintiendo. Estos estudios tradicionalmente han conceptualizado estos patrones de comportamientos en tres grupos: cambios fisiológicos (ej., dilatación de la pupila), cambios verbales (ej., tono de voz) y cambios visuales o corporales (ej., gestos o movimientos en las manos). Se ha teorizado qué cambios en estos 3 grupos de comportamiento se manifiestan porque cuando una persona miente puede sentir 3 procesos diferentes: emocionales, cognitivos y estratégicos. Los procesos emocionales se refieren a las emociones que un mentiroso puede sentir, como culpa, angustia o ansiedad de ser descubierto, y lo cual se puede manifestar en comportamientos fisiológicos como dilatación de pupila o un aumento en el tono vocal. El mentiroso también requiere más procesos cognitivos que una persona que está diciendo la verdad porque mentir no es fácil y necesita asignar más recursos para preparar la mentira, recordar todos los detalles de la misma, y monitorear cualquier signo de incredulidad de la persona a la que le está mintiendo. Entre más compleja la mentira, estos cambios corporales se manifiestan más. Y finalmente los procesos estratégicos se manifiestan cuando el mentiroso controla su comportamiento para tratar de parecer honesto. Por ejemplo, el mentiroso tratará de mirar fijamente a los ojos y de parecer menos nervioso, por lo que intentará moverse menos. Estos procesos estratégicos sugieren que el mentiroso demostrará posturas rígidas, y menos movimientos de manos y brazos.

Teóricamente investigadores propusieron que el mentiroso manifiesta cambios en los patrones de comportamiento de acuerdo a estos 3 procesos. Sin embargo, DePaulo y colegas (2003) afirman que en general los mentirosos: muestran menos movimientos en las manos, dedos, brazos y pies, levantan sus quijadas más, presionan los labios, se toman su tiempo al responder, tienen las pupilas dilatadas, son más ambivalentes, dan menos detalles, hablan menos, se corrigen a ellos mismos menos, y tienen menos admisiones de no acordarse bien que una persona que está diciendo la verdad. Pero todos estos cambios en el comportamiento pueden ser afectados por otras variables como la motivación que tienen para no ser descubiertos, o cuánto tiempo tienen para preparar la mentira. Y todo esto tiene sentido, si para el mentiroso(a) es importante que la esposa(o) no sepa dónde estuvo, pues va a tratar como sea posible salirse con la suya.

Críticos de estos resultados también han propuesto que los cambios en el comportamiento resultante de estos tres procesos no son exclusivos de un mentiroso. Es posible que una persona que está diciendo la verdad también sienta las mismas emociones que los mentirosos (DePaulo et al., 2003; Memon et al., 2003). Por ejemplo, consideremos el caso de una persona inocente en un interrogatorio de la policía que se siente nervioso y con miedo que la policía no crea lo que dice. Así mismo, la persona que está diciendo la verdad puede intentar controlar su comportamiento en la misma forma que un mentiroso, debido a su temor de hacer una impresión deshonesta (Fiedler y Walka, 1993). Por lo tanto, podría afirmarse que mientras que la ocurrencia de los comportamientos previstos por estos procesos puede indicar mentira, su presencia automáticamente no sugiere que la persona es, de hecho, deshonesta. Esto cobra mayor importancia en un contexto intercultural, en el cual diversos comportamientos podrían ser tildados como típicos de mentirosos, corriendo el riesgo de malinterpretar patrones culturales arraigados como signos de que la persona está siendo deshonesta. Por ejemplo, en culturas orientales donde mirar a los ojos a una persona de autoridad es considerado mala educación, podría interpretarse por una persona occidental como un comportamiento típico de mentira.

¿Y LAS DIFERENCIAS CULTURALES?

Una de las razones por las cuales me interesé en este tema fue en un viaje a Colombia. Estaba estudiando mi pre-grado en Australia y quería sorprender a mi familia en Colombia con una visita corta. Compré mi tiquete, y me fui vía Los Ángeles. En los Ángeles vivía mi tía y con ella quedamos en que me recogería en el aeropuerto. Mi plan era quedarme solo un día porque el vuelo de conexión a Bogotá no salía sino hasta el siguiente día en la noche. Cuando entré a Los Ángeles, me pidieron la dirección de donde me iba a quedar, la cual por alguna razón antes de viajar olvidé por completo preguntar. Le expliqué la situación al señor de inmigración, y al mirar mi pasaporte colombiano, me mandaron inmediatamente a un cuarto de interrogación. Allí, se encontraba otro agente de inmigración que hablaba español. Me interrogaron por más de dos horas, y continuamente me preguntaron si mi objetivo era quedarme en Estados Unidos. En las dos horas que estuve ahí nunca me creyeron lo que les estaba diciendo. Después de muchas lágrimas y llamadas me dejaron salir. Sin embargo, esa sensación de que alguien no me creía cuando estaba diciendo la verdad despertó mi curiosidad en este tema. Me pregunté: ¿Qué tipo de errores cometemos cuando estamos tratando de detectar si alguien miente en contextos inter-culturales? ¿Será que mi comportamiento corporal los hizo pensar que no estaba diciendo la verdad?

Mi enfoque en el programa de doctorado fue precisamente encontrar respuestas a estas preguntas. Rápidamente me di cuenta que la literatura en esta área se ha concentrado en encontrar patrones de comportamientos en culturas occidentales, y muy pocos estudios se han hecho en otras culturas. Por ejemplo, el meta-análisis de DePaulo et al. (2003) incluyó 103 estudios que se llevaron a cabo en países como Australia, Estados Unidos y europeos, y tan solo 17 países del tercer mundo sin incluir países latinoamericanos. Al ver esto, mi propósito fue viajar a Colombia y grabar a varias personas diciendo tanto mentiras como la verdad. Hice lo mismo en Australia e investigué si había diferencias en los patrones de comportamiento de las dos culturas cuando se miente. Encontré diferencias, pero estas no fueron el resultado de la veracidad del mensaje (es decir si la persona estaba diciendo la verdad o estaba mintiendo), las diferencias fueron más que todo culturales; los participantes colombianos sonrieron menos, dieron respuestas más cortas, e hicieron menos movimientos de cabeza que los participantes australianos. Pero sí encontré algo muy interesante: en este estudio le pedí a 72 australianos que detectaran mentiras en 24 videos de australianos y colombianos (los cuales estaban diciendo mentiras o la verdad) (Castillo, Tyson y Mallard, 2014). En general, encontré que la gente tuvo más errores en situaciones interculturales que mono-culturales. Es decir, la capacidad de detectar mentiras correctamente fue más baja cuando los videos mostraban personas colombianas que cuando eran australianos. También encontré que los participantes mostraron el mismo prejuicio hacia la verdad que se han demostrado en otros estudios, pero solo cuando la persona en el video era australiana —es decir, demostraron un «truth bias» solo en contextos mono-culturales, y no cuando estaba presente otra cultura—.

Al mirar todos estos estudios podemos ver que existen claras dificultades cuando tratamos de detectar mentiras, y estas se tornan más complejas en contextos inter-culturales. Las diferencias culturales que existen en los patrones de comportamientos verbales o corporales pueden incrementar el número de errores y prejuicios cuando detectamos mentiras en estos contextos. Por ejemplo, la tendencia a sospechar de gente de otras culturas puede contribuir a injusticias en inmigrantes y extranjeros, ya que las personas pueden ser vistas como deshonestas simplemente porque su patrón de comportamiento es diferente al del observador, lo que llevaría a decisiones desafortunadas. Esto por supuesto demuestra la clara necesidad de continuar desarrollando más estudios empíricos en esta área y un enfoque en investigaciones que nos ayuden a prevenir estos errores.

REFERENCIAS

Castillo, P. A., Tyson, G., & Mallard, D. (2014). An investigation of accuracy and bias in cross-cultural lie detection [Electronic Version]. Applied Psychology in Criminal Justice, 10(1), 66-82.

DePaulo, B. M., Kashy, D., Kirkendol, S., Wyer, M., & Epstein, J. (1996). Lying in everyday life. Journal of Personality and Social Psychology, 70, 970-995.

DePaulo, B. M., Lindsay, J. J., Malone, B. E., Muhlenbruck, L., Charlton, K., & Cooper, H. (2003). Cues to deception. Psychological Bulletin, 129(1), 74-118.

Ekman, P., & Friesen, W. V. (1974). Detecting deception from the body or face. Journal of Personality and Social Psychology, 29(3), 288-298.

Ekman, P., O’ Sullivan, M., & Frank, M. G. (1999). A few can catch a liar. Psychological Science, 10(3), 263-266.

Fiedler, K., & Walka, I. (1993). Training lie detectors to use nonverbal cues instead of global heuristics. Human Communication Research, 20(2), 199-223.

Garrido, E., Masip, J. and Herrero, C. (2004), Police officers’ credibility judgments: Accuracy and estimated ability. International Journal of Psychology, 39, 254–275. doi: 10.1080/00207590344000411

Global Deception Research Team. (2006). A world of lies. Journal of Cross-Cultural Psychology, 37(1), 60-74.

Levine, T. R., Serota, K. B., & Shulman, H. C. (2010). The impact of «Lie to Me» on viewers’ actual ability to detect deception. Communication Research, 37, 847-856.

Memon, A., Vrij, A., & Bull, R. (2003). Psychology and law: Truthfulness, accuracy and credibility (2nd ed.). New York: John Wiley & Sons, Ltd.

Vrij, A. (2008). Detecting lies and deceit: Pitfalls and opportunities (2nd ed.). Hoboken, N.J.: John Wiley & Sons.

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* Paola Castillo. Es doctora en psicología. Nacida en Cartagena, Colombia, en noviembre de 1981. Bachiller del Gimnasio Británico Chía, Cundinamarca. Empezó sus estudios de Psicología en la Universidad de los Andes en 1999 pero en 2001 viajó a Australia a terminar su carrera profesional. En 2004 se graduó con un Bachelor of Social Science (Psychology) en Charles Sturt University (Australia) y con una beca para hacer el año de honores. En 2005 terminó el Bachelor of Social Science (Psychology) (Honours) y obtuvó otra beca como estudiante internacional para continuar sus estudios de postgrado en Australia. El Programa de Doctorado se enfocó en investigar los errores que pueden ocurrir cuando se están detectando las mentiras en contextos inter-culturales. Para este programa, viajó a Colombia y estuvo grabando a participantes diciendo mentiras en inglés y en español. El título del doctorado fue «Cultural and Cross-cultural Factors in Judgments of Credibility» y resultó en varias publicaciones en el «Journal of Cross-cultural Psychology», y el «Journal of Applied Psychology in Criminal Justice». Desde el año 2011 ha trabajado como profesora de planta en Charles Sturt University y dicta clases en introducción a la psicología, psicología social y psicología del crimen. En 2016 recibió un premio por la excelencia educativa : CSU Vice-chancellor’s award for teaching excellence.

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