YAGÉ
Por Manuel Cortés Castañeda*
para Eva, Gabriella y Camila
Todavía niño, cuatro o cinco años, en el corazón de la selva amazónica colombiana, corriendo tras las mariposas, buscando sapos debajo de las piedras, coleccionando luciérnagas en un frasco… ya por entonces la naturaleza entera constituía para mí un lenguaje, una telaraña de sílabas y murmullos apenas perceptibles, una voz reiterativa con sus matices y sus formas, sus variantes atonales y frecuencias, intensidades, pausas, silencios, vacíos, diálogos interminables, monólogos y secretos cada vez más cerca del corazón y del deseo. Una piedra, un árbol, una gota de agua de lluvia, un animal, un relámpago de nada… Todo y todos me hablaban como si nos conociéramos desde siempre, desde antes, o como si fuera la cosa más natural del mundo.