EL MAQUINISTA EN EL RELOJ
Por Mauricio Quintero*
El día continuaba… Para el maquinista el día ni comenzaba ni terminaba. Sube los peldaños que forman los dientes de los piñones rodantes, y deja caer a su paso goteritas de fino lubricante. Entre fauces metálicas, herrajes, guayas, tuercas y tornillos, transcurre su desconocida existencia. Remangando constantemente su camisa, secando el copioso sudor de su frente, el maquinista salta de un lado a otro en el interior de la caja de madera, que es ella misma todo su universo. Del bolsillo pectoral en su overol plateado, saca con habilidad de malabarista llaves de precisión, goteros con líquidos antioxidantes, toda suerte de diminutas herramientas que balancea entre sus robustas manos. Apretando aquí, puliendo allá, poniendo a punto la totalidad de la compleja maquinaria, con alegría circense y tozudez de recio enano.