SIN UNA SOLA PALABRA
Por Rafael Allen*
A Zubayda
Cuentan que hace algún tiempo un soez hombre, despreciado por el mundo entero llegó a la vida de la más bella e inteligente mujer, Zubayda, ella, sólo comparable con la luna plena, brillaba con luz propia; de día, su inteligencia daba el fulgor que sólo es comparable con el mismo Apolo, de noche, las estrellas salían, nada más, para contemplar la armonía que ella es. Sus cabellos rizados como las ondas del silencio, llegan hasta su cintura, donde descansan en sus caderas pronunciadas como dos notas musicales; sus ojos tenues en la alegría de la propia vida, brillan iluminando al paso de sus miradas, que son vida, que son muerte. El rubor de sus mejillas, es el color del sol cuando se oculta entre las altas montañas; el arco de sus cejas se forma del más dulce viento de un amor cautivo; sus lunares entretejen las formas del destino, caprichos y azares que dibujan el color de la vida. Sus dos senos, dos flores desnudas, mostrando su sexo en la alegría de la aurora que despierta a la nueva vida. Sus piernas, la infinitud del arco iris, colores que nadan en el tiempo que traspasa su armónica manera de danzar. ¡Oh, mi último deseo y mi última fe! Eras tú, mi bella Zubayda.