RESPLANDOR
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Por Leo Castillo*
En una fotografía del 10 de mayo de 1933 puede apreciarse a dos jovencitos en pantalones cortos y camisa manga larga. Hay otros, pero estos dos, en primer plano, afortunadamente, resumen el carácter del fenómeno que el fotógrafo quiso captar. Se trata de una hoguera y, de nuevo felizmente, es de noche. Los niños y los espíritus jóvenes aman el fuego como temen a la obscuridad. La noche infunde a las llamas más belleza, y tienen el poder de hacer recular la obscuridad. Nada más anodino que una llama encendida en un día resplandeciente. Así que voy bien observando estas obviedades. Uno se siente en terreno seguro cuando no aventura originalidad alguna y pierde, con ello, el temor de la burla o del reproche. Pero, al menos no que yo sepa, quienes ven esta foto no perciben estas superficialidades sugestivas y, en vez de embelesarse como yo en lo simple y bello, se fijan y escandalizan (yo diría que se fijan en esto para escandalizarse y hacer aspavientos) en un hecho, para ellos, repudiable: la hoguera que tan alegremente alimentan estos infantes arde con la materia del pensamiento, de la poesía, de la ciencia. Materia representada en cientos de libros. A mí nada se me da que los quemen, cosa que yo, personalmente, haré un día de estos de mil amores con los míos. En lugar de mutilar e incinerar miembros de organismos vivos, de árboles, estoy diciendo, encuentro mucho más civilizado dar pasto a la belleza de una hoguera en la noche con la vida de los personajes de Balzac, el diablo que no asusta de Goethe, o las ideas de Ortega y Gasset. Mucha energía eléctrica, pólvora, mucha contaminación por el consumo de petróleo, de sus derivados se ahorraría si, en vez de encender esas potentes iluminaciones de los estadios de fútbol o quemar juegos pirotécnicos en las celebraciones del 14 de Julio, se tomara e incendiara la Bastilla de la Biblioteca universal en inmensos tiestos de barro cocido, de bronce o de lo que les dé a ustedes la gana. Los jugadores, los nacionalistas y este planeta, sin tenerme en cuenta a mí, lo agradecerían con creces —y bienestar en el aire y en la tierra, y en el alma agobiada de los herederos de tanta mecha, tanto pasto desperdiciado en manos de profesores de literatura y estudiantes de sociología, para citar apenas dos de las especies menos gratas de entre tantas—.