HACIA LA CARTOGRAFÍA DE LOS ROSTROS : GILLES DELEUZE E INGMAR BERGMAN
Por José Fernando Saldarriaga Montoya*
«A través del cine, se perfila un rostro de la modernidad que no es el de la muerte de Dios, sino de la pérdida del mundo»
(Paola Marrati).
En 1991, el presbítero Luis Alberto Álvarez —crítico de cine del periódico El Colombiano de Medellín, Colombia— convocó a un seminario de cine relacionado con las primeras películas del director sueco Ingmar Bergman (1918–2007)*. Se trató, en mi caso, de un inicio, en condición de dummy, dentro del mundo del cine y, al mismo tiempo, un avistamiento de lo que representó Bergman para el séptimo arte en el siglo XX. En el trascurrir del tiempo cronológico de finales del siglo XX y en los albores de los primeros años del siglo XXI, temía que —en los tiempos de la rapidez, el consumo audiovisual y las imposturas neo-intelectuales—, quedase su obra en los anaqueles de la historia o en las grafías de los críticos. Y así, en un trasegar lento en los escenarios académicos y de la vida privada, comprendí la afectación y el diálogo con el mundo de la vida y el reflexionar filosófico, cimentado en imágenes en movimiento. Cuadro por cuadro se condensa la multiplicidad de artes, que constituyen, sin darle aún denominación cartográfica, disímiles escenarios de pensamiento. El cine proporcionaría nuevas preguntas filosóficas, pero, además, articularía problemas, preguntas y perspectivas, que, interaccionadas con el arte y la literatura, generan recorridos gramaticales para nuevos planos del pensamiento. Diría Deleuze, al respecto: