LA RANA Y EL MOSQUITO
Por Baltasar Fernández*
1.
Las ranas son seres perfectamente consecuentes. No esconden su apariencia viscosa, a ratos repugnante, sino que hacen gala de su saber estar. De una presencia aristocrática, estirada, que nos hace olvidar su piel fangosa para prestar atención a las palabras que profiere su boca, por demás enorme y seria. Sus frases, que algunos confunden con croas, son a menudo grandilocuentes y sentenciosas, como quien dicta cátedra ante un público ignorante, lo cual no les quita interés. No se les entiende bien debido al tamaño abultado de su lengua, que apenas pueden retener en la boca mientras hablan. Sus maneras son lentas y pesadas, de una estudiada elegancia más allá de los gustos del día, es decir, algo vetustas y berroqueñas. Las ranas son gente de orden. Saben que una cigüeña es una cigüeña, descarada y peligrosa, que una rana es una rana, que una piedra es una piedra, y una charca es una charca. Las cosas son como son, y así habrán de ser mientras este mundo siga su buen curso regido por normas, principios y valores seguros, sensatos y bien establecidos. Desde que el mundo es mundo, las ranas han ocupado un lugar preferente en la vida de las especies anfibias, y mucho se precian de haber contribuido al equilibrio racional de arroyuelos y pantanos.