DEL VODKA QUEDÓ SÓLO LA RESACA (PRIMERA PARTE)
Por Juan Carlos Vásquez Prudencio*
Pulse aquí para leer la segunda parte
La plaza nos esperaba a todos con la boca abierta, para introducirnos a sus fauces, devorarnos poco a poco hasta ser unos simples espectadores, rodeada de torres, de construcciones antiguas de varios pisos y largos corredores. Largo muro de tumbas incrustadas a la pared, héroes anónimos, esperando por nosotros, para transportarnos en una burbuja cubierta por un cielo falso, con ruidos, rumores, bullicio de gente perpetuada en el tiempo, marchas de banderas triunfantes, sentencias y guillotinas, verdugos blandiendo su hacha en alto para cercenar la cabeza de la víctima, constructores con los ojos arrancados para que nunca más vuelvan hacer algo tan perfecto como una catedral de cúpulas y colores. Soldados elegantemente vestidos de un azul impecable, marchando con la pierna extendida a la altura de la cintura, simétricamente iguales, como si el mundo para ellos solo fuera el cuidar la puerta del cadáver de Lenin en su mausoleo, en horas eternas de largos inviernos, marchando al compás del repique de una campana en forma de copa invertida, golpeada por un martillo, que se oía en todas partes, en cada rincón del país. En los miles y miles de kilómetros que atravesaban de norte a sur y de este a oeste, se oía el tañir de las campanas y la voz que decía a todos gabarit mosckba, desde el año cuarenta y uno, cuando el caudillo anuncio con su voz gruesa y áspera, la invasión del enemigo.